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|a En un libro también cuidadosamente impreso, La noche, el octavo poemario de Ennio Moltedo, la portada repite El imperio de la luz de René Magritte. Oculta, tras ella, en la contraportada aparece su texto nº 15: Noche, del latín nocte; éste del griego nyntos; y éste, a su vez, del sánscrito nakta. En alemán se dice nacht; en inglés night; en italiano, notte; en portugués, noite; en francés, nuit; en catalán, nit; en walón, nute. En Chile la noche es eterna. La opción es clara: hacia el fin de la noche apunta el escriba. Y quien mire este libro al trasluz descubrirá su contenido. El esquema de la noche puede, con todo, simplificarse como una fórmula matemática para facilitar su comprensión. Existe el individuo de bien -con el cual el autor se identifica- destinado a cumplir su tarea en la sociedad. Es el artista, el vocero de la comunidad, al cual se opone alguien, casi un ente, enquistado en su programa: un estereotipo surgido de varias conductas -notorias, bastas, poco sutiles- las cuales arman a pedazos este monstruo que invade el lugar asignado para él en esta historia. Jóvenes -recomienda- no se registren, no se anoten. No frecuentar escritorios y esperas en socavones nauseabundos, entre aceites y comidas y páginas: viejas volando tras el polvillo de pantallas que repiten, sin saber, lo mismo.
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