Sumari: | Las ciudades son relaciones sociales. Aunque podría ser trivial, la concreción de esta frase en la formulación e implementación de la política de desarrollo local no resulta una tarea fácil. ¿Por qué sucede esto? En América Latina, los municipios tienen capacidades ?o competencias? y recursos que, por lo general, nunca alcanzan a satisfacer a las crecientes demandas de la población. Frente a las restricciones impuestas tácitamente por la realidad, los gobiernos locales renuncian a postularse a sí mismos como constructores de una nueva ciudad y optan por concebirse como ?administradores de las afectaciones más directas e inmediatas de la vida cotidiana. Una vez atrapados en ese pragmatismo, las instituciones locales tienden a ejercer sus facultades según los cánones tradicionales de la planificación urbanística. Desde tales cánones, la ciudad se construye mediante acciones dirigidas a dotar o a alterar a los objetos y a sus disposiciones espaciales. Con esa filosofía, sin embargo, la ciudad ?como proyecto compartido por una comunidad? no emerge casi nunca. Una y otra vez, la cuestión urbana es postulada desde los artefactos y no desde las personas. La posibilidad de romper con esta trayectoria de la dependencia requiere de rupturas epistemológicas y políticas caracterizadas por permitir la superación de las inercias administrativas que impiden entender a la planificación de la ciudad como una motivación de y para la transformación de las relaciones entre las personas. Además, esas inercias impiden apreciar el hecho de que construir ciudad es, en efecto, construir comunidad. Otorgar vigencia a este principio de estructuración gubernamental implica contribuir a que así suceda.
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