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|a Somos dos niños. Él ya grande, yo no; el ya entero, yo todavía no. Los dos nos miramos cómplices. Viéndonos el uno al otro como espejo de lo que fuimos y seremos, dos seres incompletos." Declaración de principio o arspoética, este breve fragmento pone al lector ante una de las cláusulas que determinan su escritura. Y con ella, la creación de un mundo extraño, ingenuo, maldito. Así, Las edades de un monstruo se presenta como la ceremonia litúrgica de un espacio interior. Vale decir, una ceremonia herética, fuera del tiempo, sustraída a las coordenadas del "aquí y el ahora" que nos permitirían una conversación, más o menos elaborada, con lo real. Poemas en prosa. Textos soñados, más que escritos. Dictados por el espíritu, a la manera de Gérard de Nerval. Ilusorios, extravagantes. Escindidos entre las fronteras que separan este mundo (el único que conocemos, por otra parte) del otro. De hecho, cada palabra es una puesta en escena ante el abismo. Caballeros, reyes, castillos, tabernas... Todo contribuye para mantener en vilo ese estado de tensión, especie de sueño auto-inducido que -llevados al lenguaje material- serían los poemas. Y en el medio de todo eso, la figura hechizada del poeta. Animal anfibio, Quimera, o simplemente Monstruo, que la escritura de Enrique Campos, a través de éste su primer libro, desarma y reactualiza.
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