Summary: | Los árboles que sembraste, Obispo Proaño, extienden sus raíces y se vuelven subterráneas y submarinas; alcanzan y conmueven los cimientos no sólo de América; llegan pene¬trantes y retadoras hasta Europa y otros mundos, donde leen atentos tu palabra. Es que tu palabra es la misma del Verbo, de Aquél que en Galilea también puso su tienda entre los más pobres y, creó su Iglesia con los marginados y desposeídos de la Tierra. Los árboles que sembraste, Obispo de los Indios, resisten fuertes, a pesar de los vendavales; sus ramas y páginas: cobijan y son el amparo de todos los que buscamos la sombra de la verdad, para continuar en los caminos. Tu palabra es la sombra en el desasosiego del verano; nos convertimos, nos purificamos en su seno, porque tu palabra no es tuya, sino de Aquel que vino y nos regaló el manantial, o la acogedora frescura bajo la ramada de los árboles que sembraste. Quizá anduvimos un poco dispersos este tiempo; quizá nos sentimos huérfanos desde tu partida; quizá hemos demorado en reiniciar la misión que nos encomendaste. Quizá éramos aún árboles muy tiernos, no crecidos, pequeños; quizá tuvimos miedo.
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