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|a Durante los siglos XVII y XVIII, la producción artística del entorno quiteño madura una personalidad propia y bien definida, que le valdrá un crédito unánime hasta mucho más allá de sus fronteras. La ciudad se convierte en un activo centro de manufactura y comercialización de obras de arte, de piezas de pintura, escultura y orfebrería, demandadas con avidez por un público conocedor y amante de sus buenas cualidades. Las creaciones de bulto, en especial, gozarán de enorme consideración y serán objeto de una amplia experimentación creativa, depurando progresivamente sus rasgos estéticos más determinantes y perfilando, tanto sus mensajes iconográficos, como su adaptación a la creciente exigencia del mercado. Las piezas destinadas al belén jugarán un papel preponderante, como se deduce del elevado número y la extraordinaria calidad de lo que ha llegado hasta nosotros. El belén constituirá uno de los campos de acción más recurrentes para nuestros artistas, y harán de él su mejor observatorio y centro de interpretación de la realidad que les rodeaba y de la que ellos mismos forman parte. Así pues, junto a las escenas propiamente religiosas que dan sentido a los montajes, desarrollarán una vívida visión de lo cotidiano, reflejando sus tipos y actitudes, sus grupos étnicos y los comportamientos que les eran propios, sus oficios y costumbres? con una libertad técnica y una frescura conceptual desconocidas en otras facetas de su actividad creativa. La práctica belenista lleva al arte quiteño a superar su órbita de comportamiento estético, de neta raigambre española, para ponerlo en relación con otros ambientes culturales y artísticos europeos, en especial italianos y alemanes, donde, tanto la costumbre del nacimiento, como las formas y comportamientos del rococó, llegaron a adquirir una vigencia muy superiores a los aceptados por la Metrópoli.
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